sábado, 21 de noviembre de 2009

CARTAS A MI ABUELO

   MI ABUELO
   Abril de 1944


    Mi abuelo José Miguel Góngora Martínez, nació en el año de 1869 en la ciudad de San Luis Potosí, hijo único de un matrimonio tardío, él, un sacerdote dominico español ya mayor de edad, dudó mucho sobre su decisión de dejar ó no los votos sacerdotales para contraer matrimonio; ella, una mujer joven, hija de madre mestiza y padre español, era una joven de convicciones muy firmes, en ningún momento dudaba sobre las posibilidades de su matrimonio y luchó contra todos los que en alguna forma obstaculizaron sus planes matrimoniales, finalmente logró que José Miguel consiguiera las dispensas eclesiásticas para materializar los dictados de su corazón.

El producto de ese matrimonio fue un hijo varón que heredó aquellos rasgos mas distintivos de los españoles y mexicanos, la terquedad es quizá la palabra más mala que yo escuchara sobre los atributos de mi abuelo, tal vez lo calificaron en esa forma, debido a las dificultades que oponía a los que trataban de que cambiara su manera de pensar, ya que el no aceptaba nada de aquello que no lograban convenserlo, supongo debidas por algunas conversaciones sobre el catolicismo que le fueron transmitidos por su padre.

Si me fuera posible trazar un perfil de mi abuelo lo dibujaría así:

Ideas muy firmemente arraigadas, voluntad férrea, muy tenaz, fuerza de voluntad inamovible, una vez convencido de algo difícilmente modificaba su manera de pensar; en el momento histórico en que le tocó vivir fue muy valiente al demostrar durante parte del porfiriato su lucha contra ese régimen dictatorial, gran defensor de la libertad de expresión, su lucha para lograr los principios democráticos que enarbolara don Francisco I. Madero, lo condujeron varias veces a la cárcel, más nunca renunció a publicar sus creencias políticas y religiosas en la prensa de su ciudad natal.

José Miguel contrajo nupcias con Daría Franklin, mujer creyente de la religión católica aceptaba a ciegas todo lo que le decían en la iglesia, sufría pensando en la posible condenación del alma de su marido, pero la grandeza de su amor por él, la hace entender que los caminos que conducen a Dios, no son exclusivos de un solo dogma de fe o de una sola religión.

   José Miguel hombre culto de ideas políticas avanzadas para su época, no estaban de acuerdo con la dictadura de Porfirio Díaz, ni mucho menos con Victoriano Huerta, en la plaza de armas de su ciudad natal organizaba mítines políticos en contra del mal gobierno, escribía en los periódicos, en los que siempre manifestó públicamente su sentir democrático, fue encarcelado varias veces por defender sus ideas, pero no claudicó, creyó firmemente en los postulados de don Francisco I. Madero.

   Murió en el mes de febrero de 1941, cuando cumplía setenta y dos años de edad, con plena lucidez mental, por desgracia perdió la vista como consecuencia de unas cataratas equivocadamente extirpadas.

   No recuerdo a mi abuelo en los primeros años de mi vida, ya que abandoné su ciudad a los cuatro años de edad, regresé cuando contaba con nueve y me es aún familiar su figura, me agradó su trato amable, se ganó mi corazón y confianza de niño. Acudía a él con frecuencia, fue mi primer diccionario, mi primer libro de religión, para mi él contenía la biblioteca de Alejandría entera, era en fin, el más grande sabio del mundo.

Siendo muy pequeño escuché una vez que mi abuelito había estado en la cárcel, sentí una sensación muy rara en mi pecho y en el estómago, pero guarde ese malestar por años.

   Tiempo después cuando vivía con él, una mañana durante el desayuno de un día 20 de noviembre, le pregunté:

   ─Abuelito, ¿estuviste en la Revolución Mexicana?

   ─No, la insurrección la hice con las letras, yo escribía en los periódicos y de ésta manera les comunicaba a muchas personas las realidades del mal gobierno.

   Pasaron las semanas y un día le pregunté.

   ─ ¿Cómo es posible matar gente, utilizando solo las letras?

   ─ Con las letras se puede hacer mas daño que con las balas─ me respondió.

   La verdad yo no entendía, pero otra vez me quedé callado y pensando, ¿cómo con las letras se podrían abrir heridas mortales?

   Un sábado por la tarde viendo a mi abuelito leer el periódico lo asalté con la pregunta que traía clavada desde nuestra última conversación sobre ese tema.

   ─ ¿Entonces mataste gente con las letras y por eso te metieron a la cárcel?

   ─ No hijo, a mi me metieron muchas veces en la cárcel no por matar gente si no por que usando las letras como armas, muchos escritores y periodistas logramos orientar a nuestro pueblo, crear conciencia ciudadana, decirles a los malos gobernantes la clase de basura que eran. No es una vergüenza estar en la cárcel cuando te asiste la razón, cuando luchas por tus ideales, cuando con las letras tratas de construir un mundo mejor, más justo.

   ─ Cuando estuvo aquí en San Luis el señor Madero─ continuó mi abuelo─ tu madre era una niña pequeña y aprendió a gritar ¡viva Madero!, después de que lo asesinaron, los traidores también me encarcelaron por que no querían que se conocieran sus errores.

   Mi abuelo murió cuando yo cumplía once años, pasó tiempo para que entendiera lo que me dijo.

   Abuelito quiero decirte que por fin comprendí un poco sobre tu manera de pensar y actuar, pero como no deseo estar equivocado te las quiero comentar en cartas, aunque te fuiste hace tiempo, yo sigo en mi interior platicando contigo, ya que te guardaré muy dentro de mí toda mi vida.